viernes, 6 de febrero de 2009

Y Perdidos se comió mi vida.



PERDIDOS es el mejor ejemplo de un fenómeno contemporáneo, el de la televisión venida a más. "Ha roto con todas las reglas de la ficción existentes: su estructura es críptica, trata cuestiones épicas, tiene su propia mitología, usa recursos narrativos novedosos y su factura es cinematográfica", cuenta Rafael Gómez, autor de Aportaciones teóricas en los relatos televisivos: el caso de Perdidos.
Sin embargo, hasta sus creadores admiten que el verdadero fenómeno no está en la propia serie, sino en sus millones de fans (o losties). Porque Perdidos ha conseguido conjugar dos hechos que deberían excluirse mutuamente: ser una serie de culto y tener predicamento entre el mainstream, el público masivo. Este mes, uno de sus productores, Carlton Cuse, decía en la revista Empire: "Todo empezó a partir del tercer capítulo de la primera temporada. En el primer flash¬back dedicado a John Locke vimos que antes de llegar a la isla era un paralítico en silla de ruedas. Fue entonces cuando la gente empezó a preguntarse '¿qué está pasando realmente en esa isla?' y se lanzó a teorizar al respecto en Internet". Era septiembre de 2004. El fenómeno fan 2.0 se había desatado.
Los productores ejecutivos Carlton Cuse y Damon Lindelof han admitido visitar regularmente blogs y foros para tomar el pulso a sus seguidores y obrar en consecuencia. En su libro, Lachonis y Johnston recogen hazañas como la que llevó a veinte fans a organizar un Dharma Derby en Disneylandia. "Nos dividimos en grupos y buscamos pistas escondidas por el parque disfrazados con el mono de Dharma [la misteriosa organización que está detrás de lo que pasa en la isla]", cuenta Johnston.

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